Noche dos en altamar
(De Ficciones Marinas, Libro Primero)
Mis marinos no pierden las esperanzas.
Son fuertes: están curtidos de tanta sal
que sus cuerpos semejan roca o madera;
portan orgullosas cicatrices
y sus armas permanecen más limpias que nunca.
Despertaron pasado el mediodía,
a pesar del calor constrictivo:
sonríen,
el ron les hizo bien,
saben que los mares no son tan grandes
y que, como hay bestias nacidas de la entraña del infierno,
también las hay que socorren a las almas en peligro.
Mi pregunta es grande:
¿Existe ese peligro?
Lo que me inquieta es no tener respuesta.
Tanto el silencio como una burda explicación
de estas estrellas que desconozco
los dejaría igual de ciegos.
Las dos lunas que se reflejan en las aguas
no se mueven en el firmamento.
¿Estaremos atrapados en la jaula de un dios del tiempo?
¿De un dios del espacio? ¿De un dios de la locura?
El único proceso que he visto en los astros
es la aparición y el enrojecimiento
de la luna que habita bajo las aguas
al caer la tarde;
ya de noche, se entibia su ira.
La del cielo simplemente aparece,
al igual que las pocas estrellas
que tampoco obedecen las normas
de la bóveda celeste.
Mantengo a los marinos ocupados
para que no caigan también
en la tremenda broma que algo,
tal vez llamado destino,
piensa jugarnos.
Este mar es misterioso,
el repentino fin de la marea lo confirma.
a veces siento que está vivo... no,
más bien muerto.
Es un autómata.